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Los nombres de pila, de vasquistas a vascos
Está divulgado, aunque no es de conocimiento general, ni mucho menos su resultancia práctica última, y a los extranjeros les sorprende extraordinariamente, el fenómeno único, de que en el siglo XXI la mitad de los nombres de pila masculinos más empleados entre los ciudadanos vascos sean invento riguroso de una persona, más de cien años antes (siendo euskéricos el 72% de los nombres de vascos nacidos entre 2008 y 2018, y el 63% de los nombres de vascas nacidas en el mismo periodo).
Esta persona fue precisamente Sabino Arana. Hasta que éste descubriera la esencia del pueblo vasco, los bautizados llevaba nombres de pila correspondientes a los tradicionales en la familia, comúnmente el primer nacido de cada sexo del abuelo o abuela, incluso pudiendo reiterarse entre descendientes de mismos progenitores, y alternativa o cumulativamente, los nombres indicados por padrino y/o madrina, o nombres del santoral católico, siendo costumbre que el padre o padrino eligiera para los varones y la madre o madrina para las hembras. Salvo unos pocos residuos prelatinos, como Beltza, Txurio o Motza, algunos nombres tradicionales medievales, así Eneko, Mikel, Xabier, y Oier, o ciertos hipocorísticos, que escasamente pasaban a documentos, Joanes, Peru, Manex, Beñat o Gartxot, las formas eran siempre castellanas en España y francesas en Francia, como en los restos arqueológicos de Aquitania y Navarra, la inmensa mayoría de nombres propios fue romana.
Sabino Arana instauró un notabilísimo cambió en 1897, inventándose nombres de pila nuevos, que no había llevado persona alguna previamente, en patente autoafirmación de la diferencia de los nacionales vascos o euzkos, esencialmente diferentes de las otras naciones, y específicamente de la nación española, que era el objeto de su enemiga por razones históricas. Por sus escritos, no fue algo de cuya aceptación confiara, pero la precitada autoafirmación identitaria le había sido desvelada por la Providencia y debía promocionarla en su “misión”. Si hasta entonces no había especial preocupación por lo autóctono a la hora de designar al recién nacido, que se identificaba por la denominación de su casa, entonces se convirtió en una ambición de unos pocos que, mucho más allá del resultado exitoso de otras ambiciones culturales y políticas del nacionalismo, conoció acogida popular por parte de progenitores vascos (para 1937, en ciertos distritos de Bizkaia hasta una cuarta parte de los nacidos llevaban nombres sabinianos). A este éxito contribuyó su inicial represión por la jerarquía eclesiástica (el obispado de Vitoria no admitió los bautismos con nombres sabinianos, prohibiéndolos en 1907 Monseñor Cadena y Eleta, navarro monárquico, mediante una instrucción muy desabrida, lo que llegó hasta Roma, que sentenció con moderación, aunque manteniendo el deber de redacción en castellano, aunque el clero rural enseguida transformó su integrismo carlista en nacionalismo vasco). Luego contribuyó a la definitiva expansión la posterior prohibición por el estado autoritario del franquismo, cuando precisamente fue habitual bautizar con los equivalentes aranistas de las inscripciones en el registro civil. Difusión del todo inopinada alcanzarían para el autor de la iniciativa, si pudiera haber llegado a conocerla, cuando no solo vascos que no eran nacionalistas e incluso contrarios al vasquismo, asumieron los inventos jeltzales para nombrar sus criaturas, y más ajeno todavía a la idea primitiva, que quienes no son vascos escojan nombres creados por Sabino Arana, acaso por resultarles eufónicos y originales, o por emulación de personajes famosos, actualmente sin restricciones especiales en los registros oficiales.
Sabino Arana buscaba la oposición a los nombres españoles desde un doble pie forzado, que los vascos tuvieran nombres debidamente católicos y que su raíz se hallara en el euskara. En cuanto a lo primero, no se prestaría atención más que a los nombres del santoral, pero sustituyendo su versión castellana, y en cuanto a lo segundo, la formación de la variante en euskara, en el purismo lingüístico propugnado por el fundador del PNV, euskera garbia que tomaba como referente el dialecto vizcaíno despojado de todo léxico de evolución erdara (semi-lengua, no euskara), ya se catalogara adecuadamente como préstamo romance o no. En ningún caso, un correcto estudio filológico de la adopción conforme a la praxis morfológica y fonética histórica de los nombres latinos, griegos o germánicos del calendario cristiano, ni siquiera una “limpieza” de las formas vascas tradicionales, sino rigurosos inventos desde dudosas reglas neológicas aplicadas a étimos de los nombres del santoral, raíces supuestamente originales, averiguadas, a veces, con cierto capricho. En 1897 se publicó “Egutegi Bizkattarra” (Calendario Vizcaino), que fue completado en 1910, después de la muerte del “Maestro” por la Comisión de Euzkera de Bizkaia, con la dirección y prólogo de uno de sus colaboradores más cercanos, el profesor de Bergara Luis Eleizalde Breñosa, de la línea autonomista, titulándolo “Deun-Ixendegi Euzkotarra” (“Santoral Vasco”). A fin dibujar mejor el distingo del castellano, opinó el santoral euzkotarra que los nombres vascos de mujer debían acabar todos en -e (salvo el de la Virgen, Miren), y los de hombre casi todos en -a (Iñaki se incluyó como forma antigua de Iñigo). Los militantes del PNV, con arreglo a la nomenclatura autorizada por Sabino Arana, pasaron a escribir los apellidos, con la ortografía básicamente tomada de Pedro Pablo Astarloa, más el sufijo que indica gentilicio -tar, y por delante del nombre del nuevo nombre de pila: así, Eleizalde eta Breñosa´tar Koldobika. Por ejemplo, Luis es Koldobika, de un étimo germánico Hlodowig, abreviatura Koldo, de gran aceptación, y Luisa Koldobike, menos acogido. Pocos nombres conserva el Izendegi tradicionales, como Mikel, Iñaki, Txomin o Gontzal. Alguno se cuela sin “purificar” del romance, como Pillar/Pillare, quizá por integrismo católico en favor de la única aparición mariana en cuerpo mortal de Zaragoza. Algunos convivieron bien con sus versiones vascas antiguas, latinas o hipocorísticas, así Kepa (del étimo arameo bíblico, en La Vulgata Kephas), con Peru y Pello, o Gotzon/Gotzone (de gogo, alma, y zain, guarda), con Aingeru y Anjela.
Lo inusitado de los inventos de nombres de pila vasquistas, al pasar sencillamente a vascos, como los recuperados antiguos y populares, Gaizka, Unai, Iker, además de los clásicos Mikel, Iñigo y Xabier, los creados por otros autores como Asier, Aitor o Amagoia, y a la postre, de vascos a nombres universalmente elegidos por cualquier progenitor. Así mismo se ha sumado la ecología panteísta moderna, de Harkaitz, Ibai, Haizea u Hodei, más allá de la iniciativa de una persona, que ha terminado alcanzando una madurez jurídica y social consolidada en la sociedad moderna española, es que grupos sociales abiertamente contrarios no solo al nacionalismo vasco sino a la discriminación positiva de la minorizada cultura euskérica, asumieron sin mayor resistencia llamar a sus retoños con nombres inventados por un partido político del que abominan, para llegar a portarlos ellos mismos, como la crónica diaria de acontecimientos políticos, las páginas deportivas y los artistas y profesionales técnicos emergentes acreditan, sin que sea lugar para relacionarlos concretamente.
El paradigma hebreo
La preocupación social por los nombres y apellidos semejante a la de los vascos solo es comparable en las sociedades judías, de la diáspora (también existe la denominada diáspora vasca, que conserva ese interés), como de Israel.
El único fenómeno similar al del vasquismo nacionalista de finales de siglo XIX y principios de siglo XX, de suplantación del pasado en lo antroponímico, por la necesidad de adoptar una nueva identidad, y de simbolizarla en la identificación con la ancestral lengua propia, ha sido el del sionismo, aquél en euskera y éste en hebreo.
Nombres judios vs nombres vascos
Las diferencias de presupuestos, de dinámica y de resultados son patentes:
-Como punto de partida, los judíos tenían como propios todo el elenco de nombres bíblicos, inequívocamente semíticos, que compartían con los cristianos. Por otra parte, los vascos no tenían a finales del siglo XIX más que unos pocos nombres propios arcaicos y todo el santoral católico y de la ubérrima geografía de vírgenes marías, en alfabeto latino, y con morfología y fonética española o francesa. Mientras que los judíos, en toda su dispersión, no tenían más que unos pocos apellidos de raíz hebrea (Cohen, Levi, Aim, Simon), cuando los vascos tenían una extraordinaria variedad de apellidos de raíz euskérica, aun cuando se consideraran apellidos castellanos, navarros, gascones o franceses. Los judíos habían cambiado sus apellidos en innumerables ocasiones a lo largo de la historia debido a conversiones forzosas, a intolerantes leyes, o simplemente de forma voluntaria para huir de la discriminación. Y si los conservaban, los sometieron a variantes gráficas para asimilarse, en “recomendable” anglicanización, germanización o rusificación.
-Como punto de llegada, los judíos de Israel culminaron un proceso de hebraización de los apellidos, manteniendo sus nombres, con la nueva ortografía, y creando otros nuevos, de signo patriótico, alejados de lo talmúdico. La hebraización consiste en otorgar a un apellido extranjero características morfológicas o semánticas del hebreo, conservando algunas de la palabra original. Se trataba de modificar componentes culturales negativos, principalmente del idioma, puesto que deseaban reemplazar con el hebreo moderno las lenguas que traían los judíos de distintas naciones. Desde los pioneros de los kibutzim hasta los últimos inmigrantes a Israel, mayormente askenazis, y por lo tanto, yiddish, alemán y ruso; abandonar el recuerdo doloroso de las familias dejadas atrás, diezmadas en el Holocausto. O renegadas, diluidas en la diáspora y cuando no aprovechar el abandono de identidad, al paso a la actividades de organizaciones secretas sionistas.
La euskarización de apellidos no ha sido necesaria para un nuevo paradigma cultural. Nunca podía servir el euskara unificado como fórmula de comunicación común general de los vascos, por la evidente diglosia histórica respecto del castellano y el francés. Y el movimiento nacionalista, ni siquiera se ha acercado a conseguir un estado independiente.
La metamorfosis del nombre
Para el logro del Estado de Israel, el David Grün polaco pasó a David Ben-Gurión, el Shnayer Zalman Rubashov ucraniano pasó a Zalman Shazar, el también ucraniano Efraim Katchalski pasó a Efraim Katzir, por citar los primeros presidentes. Hasta la Golda Mabovich, que con ocho años la llevaron a EE.UU., casada Meyerson, terminó por ser la legendaria Golda Meir desde que en 1956 fue nombrada ministra de asuntos exteriores. Las estructuras de la hebraización seguían la pauta de intentar la conservación del mismo valor semántico del apellido primitivo:
- Asimilar la morfología, reduciendo el número de fonemas.
- Eliminar -o sustituir por equivalentes semíticos- los sufijos germanos o eslavos -stein, -berg, -baum, -sohn, -son, -mann, -chik, -ski, -er, -ev, -wicz.
- A veces, acudir directamente a la traducción.
- Y como pasó con los nuevos apellidos turcos en 1934, emplear los nombres abstractos de los sentimientos de la época de la creación del estado de Israel.
- Aparte de una adaptación ortográfica para los miles de apellidos vascos que la necesitan (nunca ha existido un alfabeto diferente del latino para el euskara, como lo tiene el hebrero), la cual no está exenta de problemas si no se respetan las variantes dialectales, la euskerización se ha centrado para el nacionalismo vasco en los nombres de pila, y no ha habido precisión de modificar el paradigma cultural mediante modificación de los apellidos, en la medida que, inicialmente la base era étnico-biológica, y luego étnico-cultural, dentro del reino de España.
Los apellidos fabulosos
Un ejemplo extravagante de euskerización de apellidos lo protagonizó, cómo no, Luis Arana Goiri, quien directamente acudió al expediente de vasquizar los apellidos de su esposa.
Josefa Alejandra Englada Hernández, nacida en Urrea de Jalón (Zaragoza) en1872, quien fuera la joven ama de llaves que en Barcelona se ocupó de la casa donde vivían los hermanos Arana en su época estudiantil. Así, María Josefa pasó a ser Eguaraz Hernadorena, de cara al nacimiento en Uztaritze -Labourd- de Javier, su segundo hijo, en 1900. La modificación no operó con el primero, Luis María Manuel Ángel Arana Englada, bautizado el 25 de febrero de 1893 en la parroquia Nuestra Señora de los Ángeles de Barcelona. Esta euskerización se reprodujo para los demás hijos, incluso para el quinto hijo nacido en Madrid, Santiago.
En el exitoso nacionalismo israelí de raíz étnica modernamente acudió a la mitificación, dando lugar a patrañas tontas. Por ejemplo, Simón -luego se transcribía Shimon- Peres, cuando era ex ministro de defensa del Estado de Israel, y entonces lideraba la oposición socialista en la Knesseth, declaraba en una entrevista recogida en el Diario ABC de 11 de marzo de 1978, en tiempos en que se estudiaba el establecimiento de relaciones diplomáticas con el Reino de España:
“El nombre Peres tiene su origen en la lengua hebrea, ya que en la española no tiene ningún significado. En hebreo podría usted traducirlo como pájaro, miga de pan, etcétera. Por eso le puedo asegurar que cada español que se llame Peres aunque ustedes cambian la s por z, puede afirmar que su apellido es hebreo”.
Shimon- Peres
Lo que puede asegurarse es, como se ha dicho, que Pérez, Peres, Piris o Pires, en castellano, catalán o portugués, son claros apellidos patronímicos, que significan “hijo de Pedro, Pero o Pere”, siendo el sufijo de los cognomina de descendencia. Y si un hebreo lleva dicho apellido es de lo más probable que tenga ascendencia sefardí, esto es, que proceda de los judíos expulsados por el Decreto de los Reyes Católicos de 1492 que, junto con la vieja llave de la abandonada casa, y el idioma, llevaron su apelativo familiar.
Del todo dudoso en el caso del venerable premio Nobel de la Paz Shimon, quien acabó siendo Presidente de Israel desde los 84 a los 91 años. Nada indica que fuera sefardí, y nació en Vishnyeva, cuando se hallaba la Polonia engrosada de entreguerras denominándose Viszniew, actualmente Bielorrusia, y su apellido era Pershky o Perski, que le fue cambiado, cuando ya estaba en Palestina, a la que le llevaron sus progenitores sionistas en 1934, con 11 años, y cuando empezó a aprender el hebreo moderno.
A pesar de lo difundido que estaba el origen sefardita de Shimon Peres era ashkenazy oriental rusificado. En su libro de memorias “Soñar sin límites” (Nagrela), que su hijo Chemi Peres presentó el 26 de febrero de 2019 en el Centro Sefarad-Israel de Madrid, descubrimos que no fue un acrónimo de letras hebreas del apellido eslavizado, lo que estaba en boga entonces, ni un cognomen de fantasía. Por lo que cuenta en sus memorias, Peres, que en hebreo que significa buitre -especificación de lo que en la entrevista de 1978 era un pájaro-, fue el apodo ganado en sus tiempos de la política clandestina en la Haganá, con el sustituyó el Perski original.
La diáspora sefardí y la genealogia judía
Quien sí llevaba un Péretz sefardí fue su sucesor de Shimon en el liderazgo del partido laborista en 2005, Amir, al nacer Armad, originario de Boujad en Marruecos, de la remota diáspora castellano-aragonesa, y emigrado a Israel, después de la independencia. Y al de un mes de esa entrevista en que se produce el exabrupto de nacionalismo cultural, en abril de 1978, fue elegido Presidente de Israel Isaac -ahora se trascribe Yitzjak- Navón, éste sí genuino sefardí.
Reconocido dramaturgo, conocedor del ladino, de un antigua estirpe de Jerusalén, que procedía de Marruecos, pasando por Turquía. No son tantos, en número ni en importancia de los personajes de Israel provenientes de la diáspora desde Sefarad, puesto que la mayoría, en la creación del Estado y hasta hoy en día, son los ashkenazim, ya de la influencia alemana inicial o la rusificada.
Ningún sefardí tiene apellido que “tiña” de judaísmo a los abundantes españoles, descendientes de cristianos viejos o conversos, que no salieron de la Península, ni lo hicieron hacia Canarias o América, sino al contrario, algunos pocos israelitas están teñidos de hispanidad ancestral.
De todas las formas, en los sitios genealógicos judíos se insiste en que el apellido Pérez, a la española, no es apellido de origen español sino palabra hebrea que designan los capítulos en que La Torah (los cinco libros de Moisés). Se divide para su lectura semanal, a efectos de completar en todo el año la lectura sagrada; o que procede de Pharés, que significaba brecha o rotura, hijo de Tamar y Judá, nieto del patriarca Jacob; o de uno de los nombres de la tradición judeo-ortodoxa del Mesías; etcétera. Desde luego, si Peretz o Peres fuera un original apelativo hebreo, su españolización como Pérez para ocultar su origen por problemas religiosos anteriores a los tiempos de la Inquisición, debiera haber sido algo más eficiente, como ocurriera mucho después con las traducciones al alemán o ruso, por las opresiones prusiana o zarista de principios de siglo XIX.
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