Saltar al contenido
Edorta Etxarandio

– APELLIDOS DE RAZA (I) –


El señor que posa sentado, rodeado de su familia -que he retirado de la atención para otra ocasión-, y mantiene una reposada mirada tierna y levemente jovial, se llamó Pedro Esparza Salazar, era de Arrankudiaga, y mi bisabuelo.

Desde joven, a finales del siglo XIX, vivió en Bilbao, donde se casó, tuvo seis hijos, y murió en 1942. Debió tener un amigo fotógrafo, que perpetuó bastantes retratos para lo que era usual en la época en una familia de clase media baja. Por la edad de los figurantes, dataremos la imagen en 1909, y fijándonos en el brazalete de luto, podría ser el año de la muerte de su madre Telesfora Salazar Urquijo. Estos Salazar provenían de Zollo, y los Esparza, en realidad, no se apellidaban así, esto es, con la denominación navarra, una de las más comunes en el Viejo Reyno, y que efectivamente llega tardíamente a Bizkaia.

Curiosamente, Espartza, pueblo de donde proviene el apellido, es del Valle de Salazar (Zaraitzu Ibarra), donde se halla el palacio de cabo de armería de Esparza de Salazar, del que procede el blasón de los tres lobos en sable. Apellido, linaje, blasón y familia no son conceptos coextensos, pero en los registros sacramentales el bisabuelo Pedro procedía de quienes fueron bautizados en Arrankudiaga como Esparta, a los cuales les debieron cambiar posteriormente por eufonía o emulación. El supuesto se dio en otros Espartas de otras familias en el siglo XVIII. Quien primero cambió en la línea directa fue Andrés Esparta Guzmán, nacido el 10 de abril de 1704, bautizado en la iglesia de San Martín Obispo de Zollo, y al que pusieron Esparza cuando casó el 15 de octubre de 1725 con María Jesús Arria Celaya en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Arrankudiaga. Así ya llevaron los descendientes, aunque en el siglo XVII la mayoría de los, bautizados en Arrakudiaga tenían puesto Esparta.

No parece, pues, que sea una rama auténtica de los Esparza, que Andoni Esparza Leibar dice que probablemente tendrían relación con los de Castro-Urdiales, quienes lucieron escudo de armas, y está documentado la variante con una faja de gules como brisura del blasón primitivo de los tres lobos. El apellido vizcaíno es inusual, y no entra en la frecuencia mínima como primer apellido del censo del INE, y sus antecedentes se encuentran todos en Arratia, Orozko, Otxandio y Zeberio. En Artea (antiguo Castillo-Elejabeitia) hay un barrio Esparta, donde se anuncia una Casa Rural, y es razonable estimar que es el origen toponímico del apellido. También es el apellido de Samuel Esparta, personaje de ficción, el detective privado de la trilogía última de Ramiro Pinilla, genuina novela negra. Pero este se presenta como un seudónimo que elige el librero de Getxo Sancho Bordaberri, escritor fracasado, que cambia de apelativo para cambiar de actividad y dejar la librería Beltza -apellido y rótulo del establecimiento vizcaínos ambos-, en manos de su ayudante Koldobike –nombre, este sí, bizkaitarra-. Mientras, él inicia sus investigaciones de conductas delictivas en la “Margen derecha” de tiempos del franquismo. La evocación cristalinamente es de Sam Spade, detective de las novelas de Dashiell Hammet, y la significación del Esparta de Arratia y Alto Nervión resulta dudosa. Desde luego, nada tiene qué ver con la famosa antigua ciudad del Peloponeso

El apellido

La onomástica, como rama de la lexicografía, estudia y cataloga los nombres, usándose habitualmente para referirse al estudio de los nombres propios. Por otro lado, la antroponímica estudia el de los nombres de las personas, en general, incluidos los nombres de familia o apellidos, que es una versión menos universal y más moderna de identidad. El examen es del individuo o la familia, clan o tribu.

La heráldica es la disciplina que estudia y explica el significado de imágenes y figuras de los blasones, generalmente escudos de armas, que son representación gráfica que contiene los emblemas, y a veces los lemas, conforme a los que se codifican los símbolos de un linaje  El examen es del linaje (aunque hay heráldica de entidades territoriales, villas, ciudades, reinos).

Y la genealogía es una ciencia auxiliar de la historia, que estudia y hace seguimiento de la ascendencia y descendencia de una persona o familia. Esta recoge los datos, como mínimo antroponímicos, y de fecha y/o lugar de nacimiento, matrimonio y muerte. El examen es de fuentes orales, y mayormente documentales. 

El origen del apellido familiar fue práctico. Por encima del complejo sistema de los tria nomina hispanorromano, aplicable únicamente a los ciudadanos varones, que no pervivió en la nobleza visigoda, se trataba de distinguir a quienes llevaban el mismo nombre de pila y eran convecinos en la península ibérica. Para ello se  añadía algo descriptivo diferenciador, que podía ser el topónimo (origen geográfico), antropónimo (nombre del padre), o derivar de un nombre común, de persona, de flora o fauna, designaba la actividad, ocupación o empleo, o bien, se refería a alguna peculiaridad física o de carácter, o al mote o apodo. También hay abundantes discriminaciones familiares por referencia a santos y santas, la cual también puede ser toponimia, las procedentes de ignorancia de la filiación, expósitos y torneros, y en fin, la castellanización de apelativos en otras lenguas, próximas en el espacio, como el euskara, o lejanas.

En la Alta Edad Media las personas tenían únicamente nombre de pila -ni que decir tiene que así denominado por el bautismo-, cuya asignación era libre, aunque la costumbre era atribuir un nombre de los usados en la estirpe, el del padrino, o el del santo correspondiente al día o bajo cuya advocación se protegía al nacido. En las mujeres era común la identificación mediante la virgen del lugar, añadido al genérico María. Cuando algunos nobles y altos eclesiásticos comienzan a firmar documentos en los que aparece su nombre y los acompañaban del de su padre, en el siglo IX, empezó a extenderse al resto de la sociedad, y la generalización por los escribanos desde el XI hizo que cualquier compareciente firmara con su nombre y un patronímico.

El problema era que el patronímico cambiaba con cada individuo y no se conservaba de generación en generación. Las identificaciones agregadas, de procedencia, de oficio, de características propias, de un apodo familiar, etcétera, se escogían por cada quien. Para el siglo XIII ya era tendencia utilizar apellidos hereditarios, aunque no siempre se compartía para los descendientes del mismo padre o madre. En los miembros de la Iglesia y de las clases altas, ello dependía del sexo, de la posición ocupada en los mayorazgos, y la importancia de las casas solares en los enlaces matrimoniales.

El apellido a partir de la Edad Moderna

Para evitar los problemas administrativos de identificación de sujetos en la formación de la monarquía autoritario, en 1501 el Cardenal Cisneros, Arzobispo Primado y Canciller de Castilla, emitió una ordenanza en la que se obligaba a la identificación de las personas con un apellido permanente. Se fijó como tal el apellido paterno, inmutable, para ser el de todos los descendientes, mientras que las mujeres seguían usando ese apellido aunque se casaran, y no el del marido. Este sistema castellano se consolida a principios del XVII, y evoluciona la tendencia al uso del doble apellido, de padre y madre, en las clases altas, para poder duplicar la filiación formal de hidalguía, en caso de falta de notoriedad de una de las líneas. En el caso de las clases populares, para que el caos no volviera, al haberse petrificado ya un derivado de patronímico muy común en la población del siglo XVIII, con que un nombre propio nada original, llevaba a miles de Antonios García o Manueles López.

 

El Cardenal Cisneros no lo era cuando la Ordenanza de 1501, sino que lo fue seis años más tarde, Inquisidor General, y al año siguiente, por primera vez Regente de Castilla, ni lo era cuando fundó el Hospital de la Virgen de la Caridad de Illescas, según la imaginación en óleo del nacionalismo historicista pictórico de Alejandro Ferrant., de 1892. Cisneros era ejemplo de lo que atacaba su Ordenanza sobre apellidos; se invocaba Francisco Ximénez de Cisneros, aunque fue bautizado Gonzalo (Francisco por el Asís, en la crisis de fe, que le hizo vestir el hábito franciscano). No era hijo de Jimeno, sino que era su abuelo Toribio Jiménez, de quien recibe el patronímico, y el toponímico Cisneros procede el pueblo de Palencia, en la merindad de Carrión, done no parece que nació, sino que lo hizo su tío, el Abad de Montserrat, García Jiménez de Cisneros, importante reformador benedictino, cuyo renombre aprovechó.

En Navarra, León y Castilla, se había comenzado a usar ancianamente el sufijo “–ez” para indicar “hijo de”. Así nacieron apellidos tan vulgarizados como Hernández, Pérez, Rodríguez o González, para quienes eran hijo/as de Hernando, Pedro, Rodrigo o Gonzalo, por ejemplo. No hay seguridad etimológica del origen del sufijo, que se presenta, con menos frecuencia, en portugués y catalán con las variantes “-es”, “-iz” e “-is”, que se ha identificado con el «-itz» o «-iz» de algunos documentos navarros y vizcainos (origen propuesto de Ximenez), aunque sí la significación patronímica. Existen tesis fantásticas, pero la mayor parte de los expertos creen que el “-ez” es una herencia visigoda que procede del genitivo gótico y que, por tanto, denota posesión. Según la “Gramática” de Larramendi, el término tendría origen vascuence, lo que es contradictorio con la poca relevancia relativa de los antropónimos entre los apellidos vascos.  La base del posesivo en vasco “-(r)ena”, tardíamente en Navarra (además, la antigua “-(r)ain”, más occidental, en Álava), siendo los topónímicos absolutamente dominantes. Don Manuel fue un gran apologeta del euskara, entroncado en la tradición del tubalismo, y como idioma anterior a la confusión de Babel, quien llegaba a defender que sería el hablado en el Cielo -no se especificaba el dialecto-.  Algún problema también tenía con sus apellidos, puesto que escogió el apellido de su madre, y soslayó el paterno Garagorri (los dos apellidos de lugar, “monte de pasto” y “helechal colorado”), sin estar expresa la motivación.

El sistema de apellido antropónimo es común en el ámbito céltico (Mac, Mc, O´), escandinavo y sajón (-sohn, -son, -sen), o eslavo (-vich, -vic), como lo es para el mundo musulmán (Ben, Ibn), éste con un código complejo, paralelo en Al-Ándalus cuando se generaron los apellidos castellanos. La antroponimia, en cambio, para los franceses e italianos, directamente acudió al nombre propio, sin un sufijo especial de filiación.

A partir del Concilio de Trento (1545-1563), las parroquias quedaron encargadas de recoger los datos sobre los sacramentos de bautismo, matrimonio y extremaunción, con lo que el sistema de doble apellido, paterno en primer lugar, sin pérdida de las mujeres al casarse, se cerraba con el conocimiento de los datos a través de las partidas de los libros sacramentales. 

El registro del apellido en la Edad Contemporanea

La estatalización de un régimen de apellidos y un sistema laico oficial de datos llegó con el Registro Civil. Funcionó para medianas y grandes poblaciones desde 1 de enero de 1841, y fue substituido por el vigente desde 1 de enero de 1871, a raíz de la entrada en vigor de la Ley Provisional 2/1870, de 17 de junio, del Registro Civil, y del Reglamento para la ejecución de las leyes de matrimonio y Registro civil, de 13 de diciembre de 1870.

Las fórmulas de alteración de los apellidos estuvieron restringidas, aparte de los dimanantes de los muchos errores sacerdotales, primero, y los menos judiciales, después (más donde la raíz lingüística del apellido se ignoraba por el cura, el registrador, y a veces, también por el padre de familia).

Si el art. 109 del Código Civil se atenía, como supletorio de la autonomía de la voluntad de los progenitores, a la regla general de que el primer apellido fuera el primero del padre y el segundo el primero de los personales de la madre. Cuando se previó la posibilidad de que los padres, de mutuo acuerdo, determinaran que el primer apellido del nacido fuera el de la madre y segundo el del padre. Además, la inversión de orden también puede solicitarse por el hijo al alcanzar la mayoría de edad.

La Ley 20/2011, de 21 de julio de reforma de la Ley de Registro civil, regula en arts. 49 a 57 el contenido de la inscripción del nacimiento. Y desde el 30 de junio de 2017, ha desaparecido la preferencia, de tal forma que el registrador ha de requerir para que se acuerde por padre y madre, y en su defecto, se ha de atender al interés superior del menor.


El Tribunal Constitucional ha estimado en la STC -Sala 2ª- de 14 de diciembre de 2020 el amparo de una mujer al considerar que se ha vulnerado su derecho a la tutela judicial efectiva en relación con el derecho a la propia imagen y a la protección integral de los hijos en un caso de cambio en el orden de apellidos de su hija menor. El supuesto era de acción de filiación paterna de la menor con solicitud de que se registrara el apellido del padre primero, pero en la vista la madre pidió que mantuviera la hija su apellido -el que llevaba- en primer lugar. Al margen de que no se considere un cambio extemporáneo de la pretensión, “puesto que en los procesos de familia o en los que hayan de adoptarse medidas en beneficio de menores de edad, el juez puede apartarse de las peticiones de las partes o acordar de oficio las que estime adecuadas, lo cual debe permitir, a su vez, que las partes reformulen sus peticiones buscando ese mismo interés, respetando las exigencias del derecho de defensa y la posibilidad de contradicción”, lo importante es la manifestación de los apellidos como cuestión de orden público, y el derecho al nombre como derecho fundamental, que se integra ex art. 18.1 CE en el más amplio derecho fundamental a la propia imagen. Poniéndolo en relación con el derecho a la motivación de las resoluciones judiciales (art. 24.1 CE), se censura que no se resolviera en las decisiones jurisdiccionales recurridas “la cuestión de fondo planteada relativa al orden de los apellidos de la menor y ponderarse especialmente su mayor beneficio, teniendo en cuenta que el derecho al nombre integra su personalidad” 

La raza vasca


El 14 de julio de 1894, Sabino Arana Goiri fundó el Euskeldun Batzokija, el primer batzoki, como centro del movimiento confesional católico integrista y nacionalista vasco, en la calle Correo 22 de Bilbao. El día de San Ignacio del año siguiente, el 31 de julio de 1895, en ese mismo lugar constituyó el Partido Nacionalista Vasco, Euzko Alderdi Jeltzalea. En la ceremonia de apertura del centro, a las seis de la tarde, el socio de más edad (50 años), Ciriaco de Iturri, izó por primera vez la ikurriña, creada en el Café Iruña de Pamplona, con diseño de los hermanos Arana como la bandera de la Bizkaya independiente.

Sólo llegó a contar un máximo de 169 de socios, 30 fueron expulsados, y menos de la mitad eran potenciales votantes, por tener más de 25 años de edad, hasta su clausura por el gobierno en noviembre de 1895. Los hermanos Arana, Sabino y Luis, en su proyecto romántico historicista y de base rural, deseaban que su partido se apoyara en una base social amplia en población y territorio, configurando las sedes, batzokis (de batu, juntar o reunir, y toki, sitio), como centros de participación en el partido, desde los que se designaban democráticamente apoderados y cargos, y además, centros de vida social, escuela y recreo (oficina, ikastola, y taberna). La afiliación restringida procede de la segunda oración del artículo 4º de los Estatutos dice que “Se constituirá, si no exclusivamente, principalmente con familias de raza euskeriana…”. Y es en el minucioso Reglamento, en el capítulo V, De los socios, arts. 58 a 59, en que se traduce la raza por la posesión de cuatro apellidos vascos

Como es suficientemente conocido, el nacionalismo vasco aranista, aparte del integrismo católico antiliberal (Jaungoikoa) y de la reintegración foral para la vuelta a la mítica independencia de los territorios históricos (Lagi zarra), tiene una esencia teórica consistente en la concepción objetivo historicista de nación. Esta concepción esencialista, por otra parte dominante en todo nacionalismo de entonces, (también en el español), se funda en la raza vasca. No se identificaba con la cultura ni con el idioma (Euskalerria se sustituye por Euzkadi, al contrario que en el nacionalismo catalán), y la lucha de liberación nacional se alimenta del antagonismo de la raza española, concepto confusamente biológico-espiritual de raza, que también entonces se compartía por todos los nacionalismos.

Como noción acientífica, se identificaba la raza vasca, los euzkos, según el endónimo neológico ideado por Sabino Arana, a través de los apellidos vascos, originalmente de los cuatro abuelos, sin tener en cuenta el lugar de nacimiento. Es famosa la afirmación acerca de la preferencia sabiniana, al extremo, de bizkaitarras o euzkos que solo hablaran castellano (realidad que en tiempos de Arana ya era mayoritaria), respecto de maketos que solo hablaran euskera (ente de ficción, tanto a finales del siglo XIX como en la actualidad, con mucho que sea el número de inmigrantes, o descendientes de tales, que a finales de la siguiente centuria hayan aprendido la lengua vasca propia). En el nacionalismo esencialista la sustancia es la raza vasca, que no puede canjearse, y la lengua u otro elemento cultural es algo accidental, y puede substituirse.

La nación vasca ajena a la nación española, como pertenecientes las dos a razas distintas, enemigas desde la antigüedad según el discurso aranista, en una reconstrucción del idealismo carlista (aunque la relación histórica no es de enemistad sino de ausencia de reciprocidad de reconocimiento, puesto que los impulsores de la raza vasca reconocían la española, y no a la inversa, por lo que la segunda excluía la primera, a pesar de llevar más a menudo el baldón de excluyente el nacionalismo vasco). En su engendro primitivo no tenía otros vehículos de identificación, ya que el nacimiento, la vecindad o la etnia (comunidad sociocultural) no eran “esenciales”, que los apellidos, aunque ello, al final, destilaba de los registros sacramentales y la ordenanza del Cardenal Cisneros de 1501, y de la costumbre hasta la republicano-española Ley de Registro Civil de 1870.

Como se han resumido las ciencias aplicadas respectivas, los apellidos no son indicativos más que de un grupo familiar, de acuerdo con ciertas reglas prácticas, de autonomía privada decreciente con la burocracia del estado moderno, sin factores biológicos más que indiciarios o presuntivos. La antroponimia, que es formal- familar, la heráldica, que se refiere al linaje y sus blasones, y la genealogía, que es básicamente documental, no articulan en absoluto una raza, como división de grupo humano de la especie homo sapiens, en la consideración única de aspectos de tipo biológico, y físicos, asociados al fenotipo de los individuos.

Los apellidos vascos

La preocupación de Sabino Arana, que indagó la genealogía de su novia, Nicolasa Achicallende, antes de casarse, para el corto matrimonio por la infausta muerte a edad casi mesiánica, en 1900. Probablemente escamado por la composición del apellido con el “allende”, adverbio romance del latín illinc, a fin de demostrar cientos de apellidos vizcaínos de sus antepesados, como era esperable en una aldeana del caserío Abiña de Sukarrieta (Pedernales), nacida en 1873 (dos años después del bisabuelo Pedro Esparta, igualmente poseedor de cientos de apellidos vizcaínos).

Hay apellidos de vascos que tienen evidente raíz romance, y no se distinguen de otros castellanos. Son casos en la que denominación en euskara también se toma del latín, como Castaño, Mazo, Monasterio, Torre o Palacio; o bien porque en determinadas comarcas de los Territorios Históricos, para cuando se fijan los apellidos no tenía ningún uso el euskara, y la toponimia, en lo que no era residuo céltico, se encontraba romanizada.  Apellidos como Llano, Salcedo, Herrerías, Lapuente, o Arenal son buenos ejemplos. Y finalmente, por proyectarse todo el extenso santoral, ya se refiera al/la bienaventurado/a católico/a, o a un cierto sitio. Por ello es común que ostenten apellidos de raíz euskérica personas, no ya con un mínimo remoto de antecesores vascos, no solo en España, América y Filipinas, sino carentes de cualquier antecedencia vasca.

Siempre se pregunta uno, si en ciertos fenotipos, por un decir, el mítico alero de los Denver Mavericks, Mark Aguirre -apuntando un apellido vasco, que es el de más frecuencia en Euskadi hoy día-, existe algún componente de ancestro vasco o sencillamente lo tenían el lugar, la hacienda, o los dueños, de un origen de sus antepasados mexicanos.

Claro que modernamente la antropología tiene abandonada como realidad científica la existencia de razas humanas, cierto que motivado por la manipulación del concepto por los totalitarismos y el colonialismo. Pero también desde la evidencia de que todos los individuos humanos de la especie comparten el 99,90% de la secuencia de alelos de su ADN, y desde la esterilidad de una clasificación, nunca agotada en los múltiples intentos, de “tipos” por morfología, color de piel o tamaño y aspecto del cráneo, etcétera, que tenga un mínimo carácter estático.

El nacionalismo vasco desechó pronto el arraigo por los apellidos, y después de la Guerra Civil, desterró cualquier atisbo de racismo, lo que merece otro detenimiento.

 


Es contradictorio que el racismo estricto, en sentido de la doctrina acientífica que afirma la determinación biológica hereditaria inmutable, asociada a determinados caracteres físicos externos, de las capacidades intelectuales y morales de los individuos y los grupos humanos en que se divide la especie -las razas-, de manera que cierta raza es superior a otra, y ello impone discriminar las inferiores, y “limpiar” la sociedad de las trazas de razas inferiores, bien mediante segregación y explotación, bien mediante expulsión y exterminio, o combinaciones de ambos sistemas, considere que cualquier dosis de contacto de la biología inferior con la superior, en lugar de mejorar la primera en una medida mayor a su proporción, simplemente empeora acusadamente la segunda, cualquiera que sea su proporción. Esto es, la pureza biológica sería entitativamente algo recesivo y la mezcla lo dominante

Con todo, no puede negarse que la referencia étnica asociada a los apellidos sigue fijando las opciones ideológicas individuales en la política vasca, ya no como causa o requisito de la afiliación a los partidos abertzales (del neologismo sabiniano aberri, de la raíz improbada de padre y (h)erri, pueblo), sino como consecuencia estadística de la alineación con tales partidos.

El hecho del apellido en el entorno nacionalista vasco

Es proporcionalmente muy superior el apellido vasco en la presencia pública del nacionalismo y en su conformación interna, respecto del porcentaje de apellidos vascos en la sociedad de la Comunidad Autónoma de Euskadi (y en la Comunidad Foral de Navarra), y respecto de los partidos políticos de ámbito estatal.

Sin embargo, y aunque es algo sobre lo que conscientemente se suele callar, no se trata de un criterio definitorio del nacionalismo, del PNV ni de quienes se colocan a la izquierda. Los discursos de éstos son identitarios en lo cultural e idiomático, pero no en la pertenencia a un grupo humano por su esencia, que pueda marcarse mediante apellidos. El desequilibrio a favor del apellido vasco -al contrastarlo con el peso que tiene en la población en general- para los espacios políticos, de gestión y de representación dominados por los nacionalistas o abertzales, proviene lógicamente de que los naturales o vecinos, o descendientes de ambos, son los que llevan apellidos vascos, y apoyan las opciones nacionalistas, mientras que los forasteros o sus descendientes no tienen apellidos vascos (los tienen los hijos de las abundantes parejas mixtas), y simpatizan con las opciones estatales.

Precisamente, en los ámbitos geográficos en que la inmigración ha sido más intensa, ese desequilibrio es más grande, aunque también son en los que se evidencian más sujetos que tienen algunos, pero no todos, apellidos vascos. Precisamente, porque no ha habido una resistencia real al cruce natural, y las probabilidades de tal en estas zonas, urbanas e industrializadas, han sido más elevadas. La misma desproporción se produce con relación al conocimiento del euskera, puesto que ello, a pesar de ser algo más mutable y dinámico, debido al aprendizaje fuera de la transmisión familiar, igualmente es una opción ideológica del nacionalismo vasco, y no lo es de quienes militan en partidos para todo el reino. Resulta indudable que la minoría de titulares de plenitud de apellidos vascos, como la minoría euskaldun, no son minorías de agravio sino de prestigio en la propia consideración de los habitantes de las citadas Comunidades, pero las razones no son raciales sino subjetivas, histórico-psicológicas.

La continuación de este post la puedes encontrar aquí:

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad