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Edorta Etxarandio

– LOS CASTRATI: LA VOZ SIN SEXO (y II) –

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El inicio de este post lo puedes disfrutar aquí:


El grabado caricaturiza a Francesco Bernardi, “Senesino” (1685-1759), uno de los más afamados castrati de la historia, que medía casi dos metros, cantando Giulio Cesare, ópera de Händel. Esta obra se estrenó en Londres en 1724. La tesitura de su voz era de contralto con un bello claroscuro en las notas más graves, junto a Francesca Cuzzoni, más bien bajita.

Los castrati solían ser altos, con tendencia a la obesidad, de miembros largos, con un tórax muy desarrollado, tez fina, suave y lampiña, aunque con cabellos espesos. Socialmente solían ser extravagantes, pomposos, celosos e impertinentes, aunque nada apunta que hubiera más homosexuales que en otros grupos humanos (como no los hay entre los contratenores modernos, aunque algunos lo son abiertamente, incluso con escándalo). Se caracterizaron por su porte mayestático y su voluptuosidad

Eunucos por el arte

La castración en los seres humanos, es la técnica quirúrgica destinada a inutilizar los órganos sexuales, en hombres o en mujeres. Esto causa la esterilización, con lo que se impide reproducirse, y también se reduce drásticamente la producción de las hormonas generadas básicamente en dichos órganos. La testosterona en el caso de los andrógenos, aunque una pequeña parte como entre un 5 o 10%, también se produzca en la corteza suprarrenal.

Desde la Antigüedad se ha conocido la castración o eviración de los mamíferos domesticados, sobre todo los machos, con intención de anular la acción de las hormonas sexuales. Ello mejoraba la condición de los individuos, por ejemplo, caballerías, o la cantidad y calidad de la carne, por ejemplo, vacuno y porcino. En el hombre era una operación frecuente, en que ciertos prisioneros, criminales, esclavos e individuos destinados a servicios especiales (eunucos, cantores) se castraban. En estos supuestos, tampoco se practicaba con miras a excluir descendencia, como se ha producido por tendencias eugenésicas modernas, sino como un castigo. O para producir eunucos sin competencia sexual con sus amos, que en culturas antiguas no solo eran servidumbre inferior sino que llegaron a ser los principales diplomáticos en el Imperio Otomano.


Durante el Califato de Córdoba, el mayor mercado de eunucos estaba en la capital, y las “fábricas” en Lucena (Córdoba) y Verdún (Francia), donde se castrados los esclavos mediante una brutal operación, que en ocasiones suponía la ablación completa de pene y escroto, de la que no todos los operados salían con vida, castración controlada, casi en exclusiva, por los judíos. Los de Lucena, formando parte del reino zirí de Granada, tuvieron un espectacular despegue económico en dicha ciudad  durante el siglo XI y hasta mediados del XII

El conocimiento de que el niño al que se le habían emasculado o eviscerado los testículos (como cuando no se desarrollan por una enfermedad, antes de la pubertad, lo que se diagnostica modernamente como “hipogonadismo masculino prepuberal”), no experimentaba cambio alguno en su voz cuando dejaba de serlo y traspasaba la adolescencia, aunque se ignorase que se trataba de que la sangre estaba privada de la inmensa mayoría de la hormonas sexuales masculinas segregadas por los testículos. Detener el crecimiento de la laringe hacía razonable renunciar en pro del arte del canto y a pesar de otras deformaciones indeseables, a una parte muy importante de la masculinidad.

La razón para crear los eunucos

Lo “razonable” de crear eunucos para el canto, al margen de la tradición de siglos con otras finalidades, residía en dos elementos:

-La experiencia de una excelencia artística inalcanzable.

La realidad testimoniaba que quien disponía de una aptitud natural para cantar desde niño, podía unir, mediante el sencillo método de la orquiectomía, la capacidad torácica de un adulto a las características de la voz de un aparato vocal párvulo, como frescura y brillantez. Así, añadiendo a ello estudio y técnica, se conseguía la potencia y amplitud del hombre desarrollado, y la categoría vocal y las agilidades (mordente) propias de una mujer, logrando una mayor tesitura y capacidad de fiato (emisión de voz en una sola respiración). El timbre de la voz era más o menos oscura, con mayor o menor cuerpo, pero siempre más ágil, potente, dulce y penetrante, que las de soprano o mezzosoprano.

-La indicación económica para los candidatos a la miseria.

Los niños seleccionados se encontraban en las capas sociales más pobres del sur de Italia. Su destino era el analfabetismo y el hambre, con una esperanza de vida que no superaba los treinta años. Se iniciaban normalmente cantando en cualquiera de los coros de los cuatro conservatorios de Nápoles, y recibían una preparación gratuita, no solo formación musical, sino con estudios de literatura e historia. Cuando el joven elegido tenía condiciones y talento, adquiría la fama y el dinero, como las estrellas de la canción de hoy en día. Si su proyección no era tan buena, entraba en el coro de una iglesia, se ordenaba diácono o incluso podía ser sacerdote (conocido Sebastiano Vilanova, que cantaba en Milán en 1717: en realidad, por influjo del Derecho canónico, en los enjuiciamientos y ejecución de penas de los reinos católicos mediante Concordatos con la Santa Sede, se produjo la primera discriminación sexual no bimembre, de hombres, mujeres y sacerdotes).

Los niños castrados eran mimados como mascotas de raza. Bien alimentados, evitándoles el frío y las penalidades físicas, para conservar esas condiciones especiales del aparato vocal, aunque se les concentraba en un trabajo intenso, con unos pocos días de vacaciones en otoño. Se levantaban antes del alba, y estudiaban todo el día (una hora de canto con pasajes difíciles, una hora de estudio del texto con buena enunciación, una hora de canto ante el espejo, hora y media de descanso para comer. Por la tarde, media hora de teoría, media hora de contrapunto en ejercicios escritos en pizarra, y otra hora de estudio de fonética y pronunciación de la letra del canto. El resto del tiempo, prácticas en el piano, y composición de salmos, motete, etcétera) hasta las ocho de la noche. Los mismos compositores les consultan sus obras, y los castrados añaden en el canto los ornamentos, apoyos, cadencias, y variaciones.

La carrera artística de los buenos canttatori era muy larga, ya que empezaban muy jóvenes, y algunos llegaban a disfrutar de larga vida, para la época. Cuando se retiraban, volvían a su pueblo de origen, donde se construían mansiones suntuosas, y se dedicaban a la enseñanza de la música.

Modus operandi

El procedimiento por el cual se castraba a un niño se describe en el tratado de Charles d’Ancillion de 1707. Se lee que el procedimiento estándar consistía en cortar los conductos espermáticos de los testículos, que en los procedimientos estándares ni se extirpaban ni se mutilaban, aunque su crecimiento quedaba atrofiado como consecuencia del procedimiento.

Sin embargo, no sabemos qué sistema podía atrofiar las gónadas, si no se lesionaban, y la sección de los conductos deferentes impide que los espermatozoides maduros lleguen del epidídimo a la próstata, con lo que el semen de la eyaculación carecerá de aquéllos, que no son más que una proporción del 10 % de su volumen (la mayoría es excretado por la vesícula seminal). En definitiva es un método de vasectomía, que esteriliza, pero que no altera las funciones exocrina ni endocrina de los testículos. La inhibición de la función endocrina de los testículos era lo pretendido con los castrati para alterar el proceso de cambio fisiológico del aparato vocal, y la testosterona se genera, a partir del colesterol, en las células de Leydig situadas en el intersticio testicular, mediante la fijación a receptores específicos existentes en la membrana de dichas células bajo la influencia de la hormona luteinizante de la hipófisis. La testosterona se metaboliza desde la sangre en el pequeño porcentaje que queda “biodisponible”, y no se distribuye con los espermatozoides inmaduros, a través de los conductos eferentes a la cabeza del epidídimo. Por lo que, ni siquiera la compleja intervención que solo seccionara estos conductos eferentes -no deferentes, si a ellos podía referirse el tratado de castración- excluiría el metabolismo de la testosterona.


Los conductos espermáticos se señalan en la imagen. Con su anulación no se altera el mecanismo endocrino de los testículos. La conclusión es que la operación de los castrati debía consistir, como cuando se capan animales, en la emasculación de ambos testículos, con la cabeza del epidídimo y la mayor sección posible de los conductos deferentes, lo que se denomina orquiectomía bilateral total

Un acto prohibido, pero consentido y tolerado

La castración se simulaba amparada en una indicación médica, como por haber recibido la coz de una caballería y estar expuesto el niño a una gangrena, puesto que inicialmente estaba prohibida bajo pena de excomunión, y luego fue simplemente algo tolerado.

Como con todas las prohibiciones, surgió un mercado negro, en que la operación estaba muy bien pagada. Nadie confesaba dónde se hacía, los de Venecia en Bolonia, los de Bolonia en Florencia. No se sabe qué porcentaje se realizaba por las madres o criadas, y qué era actuación de barbero o cirujano. Raramente se producía la muerte del niño, y entonces, se atribuía a un accidente, a la mordedura de un perro o cerdo.

Huyendo de provocar dolores y hemorragias, se solía introducir al niño en un gran barreño lleno de agua o leche muy caliente, y se le apretaba la yugular hasta que se desmayara, o lo atontaban con vino y la tintura de láudano. Se le abría una pequeña incisión en el escroto y se le extirpaban las glándulas sexuales antes de que recuperase el conocimiento, deteniéndose el sangrado con algún emplasto eficaz. La operación, se decía que era casi indolora y, en la mayoría de los casos, exitosa.

Se conocía la operación con eufemismo, que desde un punto de vista artístico y de condición socioeconómica, no dejaba de ser cierto,  y se decía que el niño cantor había sido migliorato, y a la intervención “mejora”.

Los castrati que triunfaban, pronto eran adoptados y protegidos por algún aristócrata, mecenas acaudalado o jerarquía eclesiástica. De los apellidos de éstos y de los maestros que habían tenido adoptaban el seudónimo o alias (Farinelli, Caffarelli, …)


Un eunuco de la dinastía Qing. Los cantattori no pertenecieron al colectivo de castrados plenos, en que se producía la ablación de todos los genitales, pene y escroto, quedando solo visible el conducto urinario, que se le cortaba al ras del pubis para poder orinar, y el conducto espermático se le replegaba e insertaba en la carne. Controlada la hemorragia, se aplicaban baños de sales y aceites, se colocaba una pequeña cuña de caña o metal, frecuentemente de estaño o plomo, en el orificio de la uretra. Lo más arriesgado es que el nuevo eunuco caminara y no estuviera quieto, sin consumir nada durante cuatro días, y si pasado ese tiempo podía orinar tras retirarse la cuña, la intervención habría sido un éxito, caso contrario, moriría atrozmente de anuria. Este método corresponde en la Edad Moderna a una profesionalización de los hombres feminizados o eunucos, y el ejemplo más asombroso es la castración sacramental por motivos religiosos, de la secta ortodoxa rusa de los skoptsy, de finales del siglo XVIII

Los efectos fisiológicosde la castración en el cuerpo

Los castrados antes del inicio de su pubertad permanecían con su voz aguda, cuerpo y genitales pequeños (el pene no crece), no desarrollará vello púbico, y tendrá poca libido, o ninguna, por la descompensación hormonal unida a atrofia por carecer de cualquier estímulo.

Los jóvenes que eran castrados con posterioridad, cuando su pubertad ya había comenzado, experimentaban cierto desarrollo, su pene continuaba creciendo y eran capaces tanto de tener erecciones, orgasmos y eyaculaciones (aunque de escaso volumen y semen carente de espermatozoides), dependiendo de la práctica satisfactoria.

La voz se mantenía sin engrosamiento, y se producía una ligera redistribución adiposa corporal al estilo femenino, aunque, al margen de la psicología difícil, que parece común a todos los castrati, solo algunos experimentaban otros trastornos derivados de la falta de hormona masculina. Por ejemplo, la pérdida de masa muscular y sobre todo ósea, en ocasiones con deformidades (crecimiento excesivo de brazos y piernas en relación con el tronco del cuerpo, semejante al síndrome hereditario de Klinefelter, que incluye desarrollo del tejido mamario o ginecomastia). En realidad, es lo que se observa en la clínica del envejecimiento de los hombres, que a los 70 años tienen los niveles de testosterona de 2/3 de los niveles a los 25 años y de la biodisponible del 40% de los jóvenes adultos: pérdida de musculatura, osteoporosis, aumento grasa abdominal, e insomnio. Otras consecuencias, como el descenso cognitivo y del deseo sexual, cuando esa esperanza de vida de 70 era una quimera, dependía más de factores ambientales que de los biológicos, y los castrati tuvieron vidas más largas que la media de varones de los siglos XVIII y XIX.


En nuestro mundo contemporáneo sigue habiendo castrados., aunque en los países occidentales se trata de castración, química o quirúrgica, por indicación médica, o en intervenciones asociadas a cambio de sexo. La castración infantil mediante eviración sigue siendo, de todas las maneras, fenómeno registrado en África y la India.

Se ha denunciado por algunas ONG que en Níger todavía se emasculaba a los esclavos en algunas zonas rurales, y la práctica a los albinos de varios países del África subsahariana para ser utilizados en pócimas de brujería.

En la India, se calcula que cerca de medio millón de hombres, los hijras, se castran voluntariamente. El morbo de los eunucos resiste en la ficción: en el mundo de carácter pseudomediaval de los Siete Reinos, de la famosa serie Juego de Tronos, se representa una escena de sexo entre un eunuco y una mujer (Grey Worm y Missandei), en el capítulo segundo de la séptima temporada. El llamado Gusano Gris es el comandante de los Inmaculados, soldados-esclavos eunucos, entrenados en Astapor desde una edad temprana para servir con inapelable obediencia e inmensa fuerza, sin tendencias al saqueo ni a la violación

Los amantes castrados y sus éxitos amatorios

Puesto que el deseo sexual es más psíquico que hormonal, la castración no lo elimina per se, aunque esté impedida la procreación.

El deseo sexual es una sensación específica que mueve a buscar experiencias sexuales o mostrarse receptivo a ellas, la cual viene movilizada desde unos centros neuronales de activación e inhibición en el cerebro (sistema límbico, hipotálamo y zona preóptica). Tiene bases biológicas, y experienciales, provocadas por estimulación, fantasías, recuerdos, y emociones.

En hombres, los niveles de testosterona pueden no ser imprescindibles para un nivel habitual de la función y la actividad sexual, si se han asentado bien esas bases experienciales. Así lo demuestra el hipogonadismo natural de la andropausia: aunque un porcentaje de casi la mitad de los hombres entre 40 y 70 años experimentan, con la disminución de la testosterona libre, menos deseo y trastornos de erección. La otra mitad, mantienen una deseable actividad sexual (lo mismo ocurre con otras resultancias no patológicas de la edad, como la fatiga o los trastornos de la memoria).

Todos los castrati eran infértiles, pero muchos no eran impotentes. Algunos tuvieron concición bisexual, y fueron tenidos por los mejores galanes de su época, de modo que sus numerosas aventuras, con hombres y mujeres, se recogen en las crónicas sociales del momento. Y por éstas, se difundió que varios llegaron a tener más proposiciones femeninas que cualquier otro mortal “entero” o “no mejorado”.

Los motivos tienen que ver con las bases no biológicas del deseo sexual, esto es, con la experiencia:

  • La curiosidad y admiración en el interés de las mujeres.

Cuando a principios del siglo XVIII las costumbres del siglo de las luces comenzaban a hacerse ligeramente más liberales que en las centurias anteriores, surgió la rumorología morbosa acerca de la capacidad como amantes que presentaban estos hombres. Cierto o no, se aludía a que los castrati podían dar un mayor placer a una mujer por sus condiciones físicas de sensibilidad extrema, y por centrarse en satisfacer a su compañera de aventuras por medios inusuales para los hombres “normales”.

  • El carácter de celebridades de los amantes.

Eran personajes populares, refinados y cultos, y si las mujeres principales que se arriesgaban a tener aventuras amorosas podían caer en el deshonor y la exclusión social, con la vergüenza de toda su familia. Sin embargo, el hecho de poder quedarse solas e incluso buscar reiteradamente la compañía de estos músicos, dada su condición, elevaba la “cotización” de un castrato a la hora de entablar encuentros amorosos ilícitos.

  • La tranquilidad respecto del embarazo.

En una sociedad sin métodos contraceptivos, la inviabilidad del oprobio de un embarazo indeseado era una gran ventaja.

La iglesia les prohibía el matrimonio, dado que no podían cumplir el fin esencial del sacramento. Algunos pidieron la dispensa papal, como Domenico Cecchi, Cortona, que les fue denegada. Ello frustraba a aquellos hombres que deseaban una vida estable en compañía de una mujer, y les impulsaba a amoríos incesantes.


Excepcional fue el castrado Giusto Fernando Tenducci (ca. 1735-1790) tuvo una esposa de buena familia, Dorothea Maunsell, y dos hijos de ella. Se casó en secreto en Dublín en 1766, y repitió el matrimonio en julio de 1767 con una licencia otorgada por el obispo de Waterford y Lismore . En 1772, esos matrimonios fueron anulados por impedimento dirimente de impotencia. Aunque no resulte verosímil y fue aceptada sin grandes reservas por la medicina oficial, conforme al diario de Casanova,, “un tercer testículo, supernumerario, le descendió cuando los normales le habían sido extirpados, y su tardía puesta en función le permitió matrimonio y descendencia”

Los amoríos de los castrati fueron frecuentes, escandalosos, y sonados por la alcurnia de las damas implicadas.

Descuellan en la historia las vidas amatorias, sumadas a la maestría canora, haciendo aparte del gran Farinelli, referido en la primera porción de esta entrada, de Siface, Caffarelli o Il Sanmarino, que formaron parte del grupo de quienes mantuvieron su carácter varonil, y trataron de compensar su “mejora” a base de todo tipo de alardes.


La obra del video “Siface: l’amor castrato”, con el contratenor Filippo Mineccia, bajo la dirección de Javier Ulises Illán, a la cabeza de Nereydas, pretende reflejar un resumen de la vida musical y personal del castrato contralto nacido como Giovanni Francesco Grossi en 1653 en Toscana (muerto en 1697). Su affaire con la viuda del conde Gaspari-Forni, por la reacción del hermano de aquella, el Marqués Giorgio Marsili de Bolonia, dio lugar a que el Duque de Módena, quien tenía alta estima por el castrato, a su servicio, decidiera alejarla de Siface, enviándola a un monasterio. No obstante, la reanudación de la relación amorosa, estuvo detrás del asesinato de Siface en las afueras de Módena, a manos de los esbirros de la familia Marsili


Contemporáneo de “Farinelli”, y como éste, perteneciente a los castrados de físico agraciado, sin deformidades físicas, fue Gaetano Majorano “Caffarelli”, quien vivió  entre 1710 y 1783, discípulo favorito de Pórpora. Dotado de un gran carácter, era caprichoso, extavagante y pendenciero, A los pocos años de su debut se enamoró de una dama romana, y fue sorprendido por el marido de ésta en un momento comprometido para ambos, por lo que tuvo que huir y esconderse en un receptáculo para agua, pasando allí la noche, lo que le produjo una pulmonía que puso en peligro su voz e incluso su salud, ya que permaneció una larga temporada postrado en la cama. Una vez repuesto, el marido en cuestión pagó a unos sicarios para borrar del mapa al intrépido castrado, pero no contó con la mujer quien, a su vez, destinó a una cuadrilla para dar protección al cantante



Giovanni Battista Velluti, a veces conocido por su origen, Il Sanmarino, quien, llegó a los 81 años de edad (1780 y 1861), fue el último de los grandes castrati, de tan buena voz como modales de divo. Dotado de una belleza poco común, Velluti era galante, pendenciero y de difícil trato. Cuando la princesa de Gales, quiso aumentar la luminosidad del escenario a base de velas, con la consecuencia de que generarían bastante más humo y calor, se negó manteniendo: “Mi garganta vale tanto como una reina”

El epítome decepcionante

Algunos castrati se convirtieron en mitos, verdaderas fantasías lícitas que, en muchas ocasiones, llegaron a hacerse realidad, al socaire de la moralidad pública de la sociedad europea de la edad Moderna.

Otras corrientes y otros gustos airearon la ópera desde el belcantismo italiano de principios del siglo XIX. De entre los últimos divos fue Doménico Mustafá (1829-1912), y la postrera actuación de castrati en la lírica profana fue en Londres en 1844.

La desaparición de los castrati de los teatros de ópera no coincidió con el fin de la práctica de la castración ad maiorem gloria Dei, ya que la iglesia seguía utilizando tales cantantes para solemnizar los oficios religiosos, de manera especial en los estados pontificios.

Prohibida la castración voluntaria por el reino de Italia en 1870, la protesta del director permanente del Coro de la Capilla Sixtina -cargo que desempeñaba desde 1878 el citado castrato Doménico Mustafá-, por la presencia de cantantes mutilados, causaron un gran impacto en el Padre Lorenzo Perosi -quien había sido nombrado, en 1890, organista y maestro de canto en la abadía de Montecasino-, el cual emprendió una cruzada con el fin de abolir la práctica, a la que se rindió el papa León XIII, promulgando el decreto que prohibía taxativamente la utilización de castrados en la música eclesiástica en 1904.

El último castrato reputado nació en 1858, pero falleció ya bien avanzado el siglo XX, en 1922. Alessandro Moreschi, apodado El ángel de Roma, fue “mejorado” a los diez años para cantar en la Capilla de Nuestra Señora del Castaño de Monte Compratri. Y lo hacía tan bien que esa virtud lo colocó en el camino musical para el resto de su vida. En 1883 ingresó en el coro de la Capilla Sixtina, donde trabajó durante años, y llegó a ser su director. A las 54 años, en 1913, dejó el puesto en ese coro y se retiró del mundo de la música profesional.

De su fama da fe el hecho de que el 9 de agosto de 1900, a petición expresa de la Familia Real italiana, cuando el Papa León XIII, como su predecesor Pío Nono, se consideraba prisionero en el Vaticano, y no se relacionaba en absoluto con el estado italiano, cantó en el funeral del asesinado Rey Umberto I.

A Moreschi se debe el único registro físico de la voz de un castrato, en grabaciones de 1902 y 1904, en el Vaticano, para The Gramophone & Typewriter Company, y es así cómo sonaba:


Este Ave María, que encabeza los cortes de la grabación remasterizada, probablemente es lo más soportable.
Si no, escúchese el Crucifixus, recogido el 11 de abril de 1904:

Se oye una voz chillona y desagradable, con un modo del todo piantone, y los especialistas no se ponen de acuerdo al respecto de si es una demostración de que no tenía ya Moreschi la voz en su mejor momento, o esencialmente se trata de que la técnica vocal anticuada resulta extraña al uso de los oídos de los melómanos modernos.
Lo que está claro es que, al ser el último, no tuvo maestros, ya desaparecida la educación del canto sopranista, y las grabaciones son de piezas religiosas, muy alejadas de los rasgos de la época dorada de la ópera barroca

Como curiosidad, en el mismo disco de The Last Castrato aparece la primera grabación de la voz de un Santo Pontífice, Leon XIII, que ya entonces tenía 92 años (y fiel a su obispado romano, fue enterrado, al de no muchos meses, en la Basílica de San Juan de Letrán). Un Ave María, no cantado:

Contratenores angelicales modernos

Los melómanos del siglo XXI hemos de combatir la frustración de no poder oír a los monstruos del canto castrado, y la falta de vocaciones para que se produzcan otros modernos, mediante lo que es el vero falsetto de los contratenores, que en la actualidad vuelve a tener gran importancia. Un tipo de voz, tonalmente situada entre la contralto y la soprano, quien no puede imitar el timbre de los castrati, ni quiere imitar la técnica de emisión de aquéllos. En realidad aprovecha el propio registro en la resonancia di testa, proyectándola con amplia riqueza de colorido y agilidades.

Aunque no sabremos cómo sonaban las voces de los famosos cantattori, vuelven a cobrar vida en voces masculinas los personajes de Händel, Gluck o Mozart.

Como hubo castrati sopranos, mezzos y contraltos, el registro y color de las voces de contratenor igualmente tiene esta clasificación de tesituras:

El contratenor soprano alcanza las notas más agudas, incluso DO o RE sobreagudo una octava más altas, de gran ligereza y habilidad para perfilar agilidades. Lo normal es que tengan, hablando, voz de mujer.

Puede ser ejemplo, la voz de Dominique Visse, aquí cantando un aria de la ópera Montezuma de Vivaldi:

El contratenor mezzosoprano tiene voz de cabeza medio aguda, y como tienen laringe de varón adulto, es la usual en los grandes cantantes. Su voz natural, hablando, puede ser bien oscura, y todo es estudio y técnica.

Aquí, el joven contratenor americano Christopher Lowrey, en “Dove sie amato bene”, de Bertarido de Rodelinda:

El contratenor contralto tiene la tesitura más grave de la voz de cabeza, que pudiera equivaler a la voz de pecho del tenor lírico ligero altino.

El cantante, ahora más en menesteres directoriales, Carlos Mena, gasteiztarra, además acompañado por el acordeón de Iñaki Alberdi, con “Ave Maris Stella”:

La primera parte de este post la puedes encontrar aquí:

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