La parte primera de este post puedes consultarla aquí:
El emperador Tu Duc y la expedición de Cochinchina
En 1833 publicó el emperador annamita Minh Mang el edicto general de persecución de los cristianos, y otros cinco, generales y particulares, se promulgaron en los cuatro años siguientes.
El emperador Tu Duc, cuarto de la dinastía Nguyen, en realidad, oficialmente, Nguyen Phuc Hong Nham, era el segundo hijo del Rey Thieu Tri, y en 1848 ascendió al trono, según su diario, teniendo el reinado más largo de la dinastía. No era el primogénito, pero claramente el hijo de más inteligencia y cultura, un gran escritor, y completo confuciano. Lógicamente comenzó su reinado enfrentándose al levantamiento de su hermano mayor, Hong Bao. Tu Duc no podía procrear, por motivo de la viruela, y fue el único en la historia de Vietnam que tuvo que escribir sobre sí mismo, lo que se reservaba en su tradición a los descendientes. Continuó las políticas de sus predecesores, cerrando Vietnam al exterior, y rechazando las iniciativas de modernización.
Un tirano y poeta en una autaurquía oriental en plena expansión del colonialismo
Los relatos de su vida personal muestran a un hombre amable y educado, aficionado a la poesía, pero sus políticas provocaron un sangriento conflicto con los extranjeros, especialmente con la comunidad cristiana, del que no podía salir victorioso, al haberle tocado el tiempo de la expansión del colonialismo europeo. Lo cierto es que revueltas de cristianos habían tratado de derrocar al padre de Tu Duc, hubo mandarines cristianos enfrentados con vocación aperturista. Y cuando se produjo la intervención franco-española, se produjeron multitud de rebeliones, algunas lideradas por conversos al cristianismo. El aislacionismo y la tiranía sellaron el destino del Imperio de Annam, y fue convirtiendo a Tu Duc en un rey solitario e indefenso, que se refugiaba en su poesía melancólica y ansiosa, mientras reprimía todo cuestionamiento de modo salvaje.
La labor misionera lo cierto es que canalizaba una resistencia interna frente al emperador annamita, lo cual alimentó la represión, y así, el asesinato de monjes misioneros españoles y franceses, iglesias quemadas, colegios destruidos y misiones saqueadas, rebosaron el ardor patriótico con la relacionada decapitación del obispo español José María Díaz Sanjurjo (obviamente mucho mayor número fue el de ejecuciones de annamitas bautizados, pero el catalizador fue la ejecución del vicario dominico). A la Unión Liberal de O´Donnell, que había vuelto a la presidencia del consejo de ministros, declarando la guerra a Marruecos, y que se empeñaba en reverdecer el rol de potencia internacional de España, la popularidad de la pasión hispánica en defensa de la fe le sirvió de ocasión para hacer oídos al ministro de relaciones exteriores francés, Walewski, quien anunció que Napoleón III ya había dado órdenes a la escuadra francesa para dirigirse a la zona, y solicitaba a Isabel II la participación de la flota española instalada en Filipinas.
Una aportación valdía para potenciar la expansión colonial francesa
Por supuesto, el II Imperio francés tenía intenciones de aprovechar el enardecimiento español, y la base de operaciones de las Filipinas, para legitimar sus ansias coloniales.
Para ello contribuyó, sin obtener ninguna ganancia un destacamento expedicionario español de 1.650 soldados, fundamentalmente filipinos: un regimiento de infantería, dos compañías de cazadores, tres secciones de artillería y fuerza auxiliar, con el vapor de guerra Jorge Juan, al que se unió la corbeta Narváez, y en 1860, la goleta Constancia, casi la mitad de la fuerza militar de toda la expedición. Todo este esfuerzo es alentado por el noble fin de asegurar la libertad del culto católico en Indochina, aunque en beneficio objetivo de los proyectos de Francia. De suyo, el contingente español actuó como fuerza auxiliar del ejército francés, quien marcaba la táctica, se hacía con el botín de los asaltos, y proclamaba la soberanía de cada conquista. Un ejemplo más de sacrificio estulto por las altas ambiciones del eterno destino hispánico, y del que obtienen ventaja las más bajas de otros estados (como en Flandes, en América, o contra el Turco).
El contingente español, a las órdenes del coronel Bernardo Ruiz de Lanzarote, se unió a las tropas francesas, lideradas por el contraalmirante Rigault de Genouilly, y desembarcaron el 31 de agosto de 1858 en el puerto de Turon (actual Da-Nang), en el medio de Annam, a fin de llegar a la cercana capital, Tué. Las tropas franco-españolas eran fuertes y modernas, y aunque mucho más numerosos los soldados de Tu Duc, no eran enemigo para la artillería del ejército europeo.
Sin embargo, lo que el gobierno español vendió como una breve expedición de castigo para amedrentar al emperador annamita se convirtió, como luego aconteció en todas las operaciones para sofocar los alzamientos independentistas en Cuba, en infierno de calor, enfermedades tropicales, y emboscadas de la población aborigen. Por lo que, al final, tras de unos triunfos militares objetivos, perecieron casi mil hombres del bando franco-español. Aunque ello no originó en la opinión pública española el mismo impacto que las ejecuciones de los obispos dominicos, probablemente porque la tropa no era peninsular, y los buques de la flota no padecieron, manteniéndose de servicio a la espera de su desaparición vergonzosa en Cavite en 1898. En cualquier caso, la esforzada contribución de los soldados hispano-filipinos queda en la historiografía francesa como la de tropa indígena facilitada desde la base de Manila por un estado comparsa, y no la de una potencia aliada.
Una contienda lejana e infructuosa olvidada por la metrópoli
Los objetivos de la expedición española fueron cambiando a medida que Francia podía obtener refuerzos e iba cubriendo sus expectativas, y los sucesivos gobiernos españoles de la época se desentendían de aquella lejana contienda.
Los ideales de defensa de la fe católica, que se identificaba con la civilización, y que se fijaban en Tonkin, por la supeditación a las decisiones de Francia, dejaron paso al residual objetivo de obtener alguna ventaja material, mientras se defendía, con tropas tagalas por oficiales españoles, un territorio de la Cochinchina, que Francia había ya decidido le pertenecía.
Francia, una vez pacificada su conflicto en China, acudió con una gran fuerza expedicionaria militar y atacó desde el sur de Vietnam. El ejército de Tu Duc luchó durante algún tiempo, pero sus armas y tácticas anticuadas no menguaban significativamente la tropa bajo mando europeo, aunque lo hicieran el clima y las enfermedades. En todo caso, los tagalos de Palanca eran vanguardia de una auténtica conquista francesa, puesto que se declaraba la soberanía de Francia en las ciudades y territorios que se tomaban.
Cuando avanzaban las tropas en beneficio de Francia hacia Tué, estallaron nuevas rebeliones internas, y temiendo que su autoridad se derrumbara, Tu Duc, valorando, en contra de los mandarines que seguirían resistiendo la ocupación o el protectorado, que los franceses le podrían imponer concesiones humillantes, mientras que los rebeldes sencillamente le depondrían y acabarían con su vida, aceptó un tratado.
Con este ejemplo de prudencia inteligente de Tu Duc, inversamente proporcional al ejemplo de valentía absurda de la expedición española, se mantuvo en el poder hasta su muerte en 1883, bien que en régimen de protectorado.
Un balance positivo… para Francia
El balance fue que Francia logró su propósito colonial, ya con la III República; los mandarines tonkineses iniciaron una guerra de guerrillas, que se prolongó en la insurrección auspiciada en 1885 para el emperador Ham Nghi, y desde antes de la ocupación japonesa, por los revolucionarios, y significado, Hò Chi Mihn.
La persecución de los misioneros alcanzó sus máximas cotas, siendo víctima San Valentín de Berriochoa, y acabó momentáneamente en 1864 hasta el alzamiento de los años ochenta del XIX, para desaparecer con la Indochina francesa en 1886; y el Reino de España no consiguió nada significativo de una aventura de la que nadie ya se acordaba.
San Valentín y el espíritu misionero
Lo particular del mártir vizcaíno, en opinión de quien le evoca, al saber del derribo de la catedral que nunca conoció en su sede episcopal de Bui Chu, y motivo genuino de la evocación, en consonancia vernácula con el emperador Tuc Duc, que encabezara la persecución que le martirizó, tiene también qué ver con la literatura.
Si Tu Duc ha pasado a la historia como gobernante retrógrado y refractario a la penetración cultural europea, émulo de los emperadores romanos en el acoso a los cristianos, para los vietnamitas contemporáneos es el último rey independiente y defensor sabio de la patria frente a fuerzas extranjeras superiores. Probablemente, su aportación especial a la civilización fuera la poesía confuciana, única en la dinastía Nguyen.
Mientras que San Valentín de Berriochoa, ha pasado a la historia por la aceptación de la muerte violenta antes de renegar de la Fe y ejercer el magisterio sobre la creciente grey tonkinesa. Al valor personal se suma a la Fe, puesto que difícilmente podía pensarse que el obispo dominico apostatara públicamente ante las autoridades, ni por refinamiento del torturador, ni por el salvajismo del tormento.
Pero nuestro elorriotarra tuvo en su mano eludir la ocasión, después de un exilio interno en los vicariatos, y las literales catacumbas de Tonkin, puesto que, una vez tomado el puerto de Turan por la expedición franco-española, pudieron acogerse en 1860 los misioneros europeos aún vivos. Entonces se convocó una reunión para deliberar si habrían de abandonar a sus cristianos o permanecer. Como todos querían seguir en la misión, lo que comprometía su futuro inmediato, se llegó a una solución intermedia. Se convino que permanecieran ocultos para atender a los fieles los obispos Hermosilla y Berriochoa, y los padres Riaño, Gaspar y Almató, cuyo arresto y muerte era más que probable, y solo partieron a Macao el obispo Alcázar y otros cuatro padres.
Las cartas en euskera de San Valentín
Y sin embargo, la aportación esencial a la civilización, lo que le distingue de los 117 santos mártires de Tonkin, dentro del género epistolar, son las cartas en euskera a su madre.
En efecto, hay coleccionadas y publicadas dos docenas de cartas de San Valentín escritas en euskera a su madre, Mónica Arizti. Ella no entendía el castellano -aunque aparentemente leía o le leían, y podía escribir, o le hacían copiar sus mensajes en euskera-. Desde el seminario de Logroño en 23 de marzo de 1842 hasta una última de 1860, desde Tonkin, pasando por el convento de Ocaña, Cádiz y Manila. El estilo directo y realista es delicioso, y son un testimonio, rico en detalles, del bizkaiera de Elorrio de hace casi dos siglos, con ortografía castellana transliterada de un habla de cierto nivel. Lectura obligada para cualquier euskaltzale. Algunas de estas cartas se pueden ver actualmente a un lado del altar de su mausoleo de la iglesia de la Purísima Concepción.
El contenido de estas cartas desvela la fibra humana del religioso, constituyendo documentos valiosísimos para la cultura vasca, cumpliéndome dudar de que las poesías de Tuc Duc lo tengan semejante para la cultura vietnamita.
La última carta en euskera a su madre de Valentín, que no lleva fecha, desde “Tunquín”, posterior a la fechada el 6 de diciembre 1859, cuando puso que habían pasado cuatro meses desde la última escrita, y se despedía con Preparatu gaitian eriotza on bateraco, alcar ceruan ecusteco (Preparémonos para una buena muerte para que nos veamos en el cielo). Es en ésta misiva, llevaba año y medio sin ver la letra de la madre con lo que cabe situarla un año antes del apresamiento y muerte, consta este conmovedor pasaje:
Acabatu da sermoia Amacho, alcar ceruan icusten garinian, erdera verba eguin biarco dogu cergaitic eusqueria ya astu da (Se acabó el sermón, Madrecita, cuando nos veamos en el cielo, tendremos que hablar erdera, porque el euskera casi se ha olvidado ya). Allí hablar castellano, Madre; no puede vascuence, y así con soldados aprender castellano es necesario. V. Madre ahora vieja difícil aprender castellano, yo creer, y mucho doler cabeza, pero ahora no aprender y después el Madre hablar no puede a la hijo en cielo. ¿Entender, Madre, o no entender?
Es curiosa y rancia la idea del idioma que se habla en el Cielo. Aita Larramendi, recogiendo un siglo antes el mito del tubalismo (en el vasco-iberismo la teoría sostiene que Tubal, hijo de Jafet y nieto de Noé, desde Armenia -el monte Ararat ahora está en Turquía- pobló con su estirpe Euskal Herria. Con ello trajo una lengua única y universal a los habitantes de Iberia, al margen de la confusión de lenguas nuevas en Babel). Dejó escrito que la lengua “cántabra o vascongada” es el idioma anterior a la confusión, y por lo tanto, en el Cielo se seguirá hablando euskera (siendo idea del jesuita de Andoain, gipuzkera o dialecto central).
San Valentín de Berriochoa acusa la pérdida de los Fueros y la caída del iberismo (¿por qué se refiere San Valentín a los soldados? ¿No serán jesuitas, Kristoren soldaduak?). Y en el otro extremo, considera que en el Cielo se habla castellano (erdera de España), lo cual, en un momento en que adivina la cercanía de la muerte, en ama por su edad y en su caso por el riesgo asumido con la interdicción imperial (aunque habría de esperar el mártir más de siete años al alma materna, ya que Mónica Aristi murió el 25 de enero de 1869), resulta problemático para una monolingüe funcional vizcaíno, de los que actualmente no existen.
El euskera es una lengua diglósica, y el uso celestial no parece, para quien no es apologeta como Larramendi, pertenecer al segmento funcional apropiado. Puede que, ante el Infierno de lengua annamita vislumbre el Cielo castellanófono, aunque no se percibe por qué no se entenderán. Allí madre e hijo, si hay lenguas cuando los cuerpos son celestiales. Es interesante comprobar cómo el cliché chistoso del euskaldun que no sabe hablar en castellano, en este caso es simplemente un intento real de hacerse comprender, sin conjugar el verbo, con falta de concordancia de los artículos, etcétera.
Termina la carta, antes de la despedida, con un detalle demostrativo del buen humor del santo:
Ni bizcor et osasunagas nabil; urte bete eta erdi baño gueiyago da echebaten naguala, eta palacio eder onec lastosco tellatua dauco, cacamasasco ormia, cañasco postiac, cañasco cuartoiac et capiriyuac cañasco atiac, estauco suelo bat baño; eta au da lurrecua. Palacio andi onetan Erreguiña berian baño obeto bici naiz. (Ando fuerte y con salud; hace más de año y medio que vivo en una casa y este hermoso palacio tiene el tejado de paja y las paredes de adobes; los puntales de caña, los solivos y las vigas de caña, las puertas de caña, no tiene más que un suelo y éste es de tierra. En este gran palacio vivo mejor que la Reina en el suyo). Por eso no tener cuidado, Madre. El hijo bien vivir; yo no tener envidia del Reiña. Illundu dau eta orregaitic asco da gaurco…(Ha oscurecido y eso es mucho por hoy…).
Iluntasun zati bat gehiago jausi da udaldi honetan zazpi miloi kristau vietnamdarren gainean Bui Txuko katedralaren eraisketarekin,
eta nahikoa da gaurko…