Me parece diferente cuando miras una foto de alguien a quien conoces y murió, y pertenece a un tiempo que éste conoció pero el observador no pudo conocer. No tiene qué ver con la impresión de alguien que murió y nunca has conocido, como el conjunto de fotografiados en un momento por el que el paso del tiempo necesariamente se los habrá llevado a todos, ni cuando el que falta se encuentra en un momento histórico que compartía contigo, aunque fuera en lugares distantes y condiciones distintas. En estos casos hay algo ligeramente depresivo, como de sordo lamento, de escasez del lapso de la vida.
En cambio, cuando se mira a quien vive en un tiempo en que no viviste, y que no pudo tenerte en cuenta, y sabes que ya no está, se experimenta una calma especial. Como la liberación de un peso, de la falta de conciencia. No es lo mismo que ver a quien fue, quien existió, y se rememora aunque se pierdan cada vez más los detalles (para ganarse con la senectud en la memoria retrógada), sino que quien existió no conoce, entonces, en mundo en que tú estarás.
Es el caso de tu padre, cuando no lo era ni sabía que fuera a serlo, aunque imaginara tener un hijo, pero no tenia forma de saber que serías tú.
La paternidad como forma de inmortalidad
En la ambición de perpetuarse del ser humano como individuo, se ha estudiado la tesis de Unamuno, quien admite el amor doméstico, la paternidad y la família como una forma de inmortalidad. Esta es sucedánea de las otras formas superiores, la de la fama, la de la obra de ficción, y la del alma, en que también se sobrevive en la memoria de los demás. Así es, en su Vida de Don Quijote y Sancho, que se hace compleja en La tía Tula, con esa trascendencia de las leyes de la herencia, como dominio del espíritu sobre la carne, tan propio del anhelo ascético del pensador bilbaíno. El hambre de inmortalidad es una de las manifestacions de la voluntad del hombre para perseverar en su esencia, en ser y no morir, en seguir siendo. La inmortalidad personal, individual, de cada ser humano, como pulsión, y la mortalidad evidenciada por la razón (Del sentimiento trágico de la vida, San Manuel Bueno y Mártir, La agonía del cristianismo), tienen para todos su consuelo en la paternidad.
Es la aportación a la historia de la filosofia de un bilbaíno de 1864, que nació en el número 14 de la calle Ronda.
Mi génesis vital en el entorno bilbaíno
Algo menos de un siglo después nació quien escribe, y algo podia haber de una remota perpetuación genética, ya que Francisca Jugo Urizar, bautizada en la parroquia de San Esteban de Etxebarri el 4 de octubre de 1719, quien fue la antecesora número 1415 del recién nacido, en la undécima generación, y Mari Sánchez Abirisquieta Jugo, bautizada en la parroquia de Santa María Magdalena de Arrigorriega el 9 de marzo de 1643, antecesora número 2371, en la duodécima generación por otra estirpe, tienen tronco común en los Jugo de Galdakao, de donde provenia la madre de Don Miguel, Salomé Jugo Unamuno.
En este 2020, mientras el Covid-19 evolucionaba por China, han traído a nuestro mundo a quien he tenido en brazos, como me tuvo mi abuelo al nacer.
Le han traído en el que, cuando se inauguró en 1908 era el Santo Hospital Civil de Bilbao, entonces el mejor hospital del Reino y uno de los mejores de Europa (en la actualidad hospital universitario de Osakidetza). A su aitita le trajeron en lo que popularmente era conocida como “La Gota de Leche”, oficialmente la “Residencia maternal y quirúrgica del Dr. Echevarria”, la clínica del edificio modernista de la Plaza del Bombero Etxaniz de Bilbao, donde a tantas bilbaínas se ayudó a parir esa unamuniana aportación a la eternidad familiar.
Una porción del edifico de la clínica, la más anciana y de valor arquitectónico, se preservó, rehabilitada, al construirse en 1990 el Hotel Indautxu, de la cadena Silken, reformado en 2007, propiedad de un grupo vasco que experimentó, con su grupo de construcción, el concurso de acreedores desde 2015, procedimiento judicial en el que casualmente tuvo alguna intervención quien vio la luz en dicho lugar.
En cambio, nada quedó de la antigua Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, de Indautxu, en la que fui bautizado, al de dos días, precisamente habiendo nacido el día siguiente al del Carmen, 16 de julio.
El origen del templo, tan próximo al Sanatorio, se encuentra en una donación de terrenos efectuada por los hermanos Allende-Plágaro (los cuatro hijos de Manuel Allende, empresario de origen leonés, con tanto protagonismo en el urbanismo inicial de Bilbo, y particulamente de Indautxu), en 1907 a la diócesis de Vitoria. La intención era erigir una capilla, que se construyó, dedicada a la Virgen del Carmen, y bendijo el obispo Cadena en 1911, obra del arquitecto Leonardo Rucabado, de una sola nave con galerías cubiertas y bóveda de crucería, en un estilo historicista combinación del gótico y el románico. En 1934 fue convertida en parroquia, y poco más adelante, gracias a la cesión de un terreno aledaño por parte del Ayuntamiento de Bilbao, se construyó un despacho parroquial, una sacristía y dos viviendas, para el cura sacristán y el sacristán seglar.
La iglesia actual, cuya primera piedra puso el obispo Gurpide (ya de la diòcesis de Bilbao, erigida en 1950), seis años después de mi bautismo, y terminó en 1968, es mucho más grande, moderna, de sincretismo entre el expresionismo y el brutalismo.
Un nacimiento al límite de la conmemoración golpista
Cuando el lunes 17 de julio de 1961 mi abuelo esperaba por Indautxu su primer nieto, la inquietud por la fecha superaba la propia de la ocasión, que tardaba en consumarse. Y por el estado de su hija parturienta, puesto que para un excombatiente de los perdedores, era poco soportable que un cuarto de siglo después, el 18 de julio debiera tener que celebrarse por ninguna otra razón, con tantos días del calendario,
La expresión gráfica de la desazón aparece en el único diario que podia leerse ese día. Como todos los lunes, la “Hoja del Lunes”, que desde la dictadura de Primo de Rivera era el diario autorizado a las asociaciones de la prensa provinciales, para nutrirse y garantizar uno de los mayores logros alcanzados por los periodistas, desde la huelga de 1919: el descanso dominical. Con Franco, el derecho se mantuvo como obligatorio, las empresas periodísticas descansaban el Domingo, y el único Periódico autorizado los lunes era la Hoja del Lunes.
El despropósito de nacer el 18 de julio en una de las muchas familias contrarias al Régimen, no se llegó a verificar, sin poder afirmarse que hubiera pseudoepigrafía médica, aunque tampoco ser descartado, certificándose el nacimiento minutos antes de las 24.00 horas del 17. En realidad, dos primos mayores, aunque por la línea paterna, habían nacido exactamente el mismo día de dos y tres años antes (además en la misma habitación de la clínica).
Claro que en esos maternales esforzados momentos de la tarde del día 17 de julio, también se desfiló en Bilbao, a pocos metros de la clínica, por la Gran Vía, como da cuenta La Gaceta de Norte del siguiente día.
Muchos acontecimientos importantes se estaban solucionando o enredando en el panorama internacional, con un eco de muchos años, pero que, de todas las maneras, para cuando comienza esta tercera generación en 2020 no transcienden.
El caso es que no fue el día oficial sino la víspera cuando se produjo la sublevación de 1936 en Melilla, Ceuta y el Protectorado español de Marruecos. Y en cambio, en Pamplona, donde estaba todo planificado por Mola con los requetés, el general no declaró el estado de guerra hasta la madrugada del día 19. El jefe de la rebelión, Sanjurjo, pamplonés, muerto al día siguiente, en Cascais (Portugal), al no remontar en su despegue el avión que le traía a Burgos, y el propio Mola, el “Director”, al estrellarse su avión en una colina de Alcocero (Burgos) cuando viajaba de Vitoria a Valladolid el 3 de junio de 1937, no sobrevivieron a la Guerra Civil. Ni siquiera alcanzaron sus objetivos inmediatos en ella, el primero, ponerse al mando de la sublevación, y el segundo, tomar Bilbao. Y precisamente los restos mortales de ambos se llevaron a la cripta del erigido Monumento a los Caídos de Pamplona la tarde del 17 de julio de 1961.
Recuerdos navarros por San Fermín
El domingo 16 de julio de 1961 se había entonado el “Pobre de mí” de los Sanfermines, por lo que el cortejo fúnebre en homenaje póstumo a quienes auspiciaron una dictadura militar en la que no pudieron participar, sucedió casi sin solución de continuidad al cortejo festivo de último encierro, que fue a los toros de la ganadería santacolomeña de Alfonso Sánchez Fabrés.
Los Sanfermines de 1961 son de la docena y media que tienen que lamentar la muerte de un mozo en el encierro. Precisamente Vicente Urrizola Isturiz, pamplonés de 32 años, quien era de los que se colocaban en la Cuesta de Santo Domingo, siendo el primer tramo del recorrido más rápido por la pendiente, pero supuestamente más arropada por los cabestros. Y fue arrollado precisamente allí a los pocos segundos de sonar los cohetes en la puerta de corrales, a la altura del Museo de Navarra (entonces todavía Hospital Militar). Fue una cogida desapercibida, de tan temprana y la poca impresión causada, pero el herido, evacuado al hospital, e intervenido, falleció al mediodía del día siguiente.
Un monumento funerario ¿muerto?
Cuando aparece mi tercera generación, en el año del Coronavirus, los cuerpos de los personajes que se dejaron descansar en 1961 con los máximos honores, ya estaban definitivamente perturbados en su descanso. Y el propio monumento funerario, tiene un futuro perplejo.
El oficialmente denominado “Navarra a sus muertos de la Cruzada” es una enorme estructura edificada en 1942 en honor a los 4.500 combatientes navarros del bando sublevado fallecidos en la Guerra Civil. Su origen fue la decisión de tres sujetos, Tomás Mata Lizaso, el alcalde de Pamplona, el conde de Rodezno, Tomás Domínguez Arévalo, Presidente de la Comunión Tradicionalista y vicepresidente de la Diputación, y Víctor Eusa, arquitecto y miembro de la Junta Central Carlista de Guerra. Estos impulsaron que la Diputación Foral costeara la construcción en los terrenos del Nuevo Ensanche, cedidos por el Ayuntamiento, y aceptando el ofrecimiento formulado por el Colegio de Arquitectos Vasco Navarro de proyectarlo pro bono.
La obra, firmada por los arquitectos José Yárnoz y Víctor Eusa tiene planta central en forma de cruz griega, cubierta por una gran cúpula sobresaliente, con linternas laterales, pórtico hexástilo de columnas de fuste cuadrado liso, rematado por un frontón mixtlíneo. Exteriormente es un edifico austero y pesado. En el interior, sus paredes se encuentran inscritos los nombres de los navarros fallecidos en combate del llamado bando Nacional. En la parte interior, más ligera, hay varias pinturas alegóricas en la cúpula, realizadas por Ramón Stolz Viciano, entre las que se utiliza, fuera de su contexto, en el de los militantes requetés, a San Francisco de Javier.
El edificio cierra la emblemática Avenida de Carlos III el Noble, y desde la plaza, que se llamó “Conde de Rodezno” formaba, con otras construcciones con fachadas ejecutadas conforme a Ordenanzas, un conjunto excesivo “estilo remordimiento”. Fue donado por la Diputación al Arzobispado en junio de 1963, y éste, a su vez, donó al Ayuntamiento iruñarra en mayo de 1998.
El Ayuntamiento de Pamplona, gobernado por una coalición de UPN y CDN, realizó una restauración manteniendo todos los elementos, aunque ocultando tanto los escudos franquistas exteriores, la inscripción y nombre del edificio frontal, que fue tapado con la leyenda “Sala de exposiciones municipal Conde de Rodezno”.
Sin embargo, no se cumplía con lo ordenado por la Disposición transitoria única de la Ley foral 24/2003, de 4 de abril, de Símbolos de Navarra. Con arreglo a la que, al de un año desde la entrada en vigor, las autoridades debían proceder a la retirada y sustitución de la simbología propia del régimen franquista, y los símbolos integrados en edificios declarados de carácter histórico-artístico. Estos debían ser sustituidos y enviados para su custodia a la Institución Príncipe de Viana, “salvo que resulte materialmente imposible la operación de sustitución”.
En noviembre de 2015, la Alcaldía (Joseba Asirón) denominó a la plaza “Plaza de la Libertad”, y el 31 de agosto de 2016 se anunció la exhumación de los restos de Mola, Sanjurjo y otros seis combatientes franquistas enterrados en el panteón del monumento. Los restos mortuorios serían entregados a sus familias, tras de un procedimiento amparado en la Ley de Memoria Histórica y el Reglamento de Sanidad Mortuoria de Navarra de 2001.
La exhumación de Mola, sin oposición de su hija, fue adelantada al 24 de octubre, y los restos incinerados. La de Sanjurjo se judicializó, aunque fue completada el 16 de noviembre de 2016, y los restos de Sanjurjo fueron enterrados el 23 de marzo de 2017 el Panteón de Regulares 2 del Cementerio Municipal de la Purísima Concepción de Melilla (el Juzgado de lo contencioso-administrativo núm. 2 de Pamplona anuló el acuerdo municipal de exhumación del cuerpo de Sanjurjo, pero la sentencia fue revocada por la Sala de lo Contencioso-Administrativo del TSJNA en enero de 2019, confirmando la validez de lo actuado).
Los debates crecen, sin que se sepa cómo actuar con el monumento, una vez libre de cuerpos humanos significados. Entre la opción por una rasa demolición o diversas ideas de reasignación al servicio de nuevas funciones públicas, eliminando los símbolos legalmente prohibidos.
Por razones profesionales he tenido conocimiento cercano de algunas de sus vicisitudes administrativo-judiciales:
La Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica denunció por delito de odio a la Hermandad de Caballeros de la Cruz, organización filofranquista que celebra misas mensuales en el túmulo para rememorar el triunfo del golpe de Estado del 1936, los días 19 de cada mes. Procedimiento archivado.
Los Caballeros sentaron en el banquillo de los acusados a los cineastas Clemente Bernard y Carolina Martínez por realizar un documental –“A sus muertos”– sobre el edificio, en que ocultamente grabaron algunas de las celebraciones. La sentencia condenó al Sr. Bernard de un año de prisión y 2.880 euros de multa por delito de descubrimiento y revelación de secretos, dictada por el Juzgado de lo Penal núm. 3 de Pamplona.
Y para finalizar estos hechos, el Acuerdo de la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Pamplona de 13 de febrero de 2019, que establecía las siete propuestas seleccionadas que pasaban a una segunda fase del concurso de ideas convocado en 2018 para la transformación del Monumento, ha sido anulado por el Tribunal Administrativo de Navarra el pasado diciembre de 2019 (recurrido ante el orden contencioso-administrativo).
El cuerpo incorrupto de Sor Catalina de Cristo
Nada qué ver con otro cadáver atesorado en Iruña, más escondido, al punto del olvido, pero que reposa lánguidamente incorrupto.
Casualmente en junio de 1961 estuvo en Pamplona en su gira oficial por España el Arzobispo de Beirut, monseñor Felipe Nabas. En su visita al convento de las Carmelitas Descalzas (quienes viven en clausura en la calle, de tan descriptivo y conmovedor nombre, Salsipuedes de Pamplona), redescubrió el cuerpo incorrupto de la fundadora, Sor Catalina de Cristo. Venerada desde hace cuatro siglos, pero que se debió olvidar en tiempos difíciles, y volvió a hallarse en una estancia condenada, que se abriera para recibir al prelado de la que era entonces la “Suiza de Oriente Medio”.
En muy raras ocasiones han sido expuestos los restos de Sor Catalina. Y una de ellas fue el lunes 8 de diciembre de 2008, fiesta de la Inmaculada Concepción y 425 aniversario de que la religiosa trajera el Carmelo a Navarra. Como ocurrió con el cuerpo, el proceso de beatificación de Sor Catalina fue redescubierto en 1989, después de que ardiera cuando se quemó, siete veces, en 1936, el carmelo barcelonés.
La inmortalidad subsidiaria unamuniana
La historia europea es, en el fondo, un diálogo entre padre e hijo. Tanto por la tradición cristiana, que nace del judaismo por el envio del Yahvé de su Hijo desde el Reino de los Cielos, como por la estructura estatal de los reinos de la tierra, en que se heredaban el poder del estado y la creación del Derecho de padres a hijos en las monarquías. La religión y el estado obviamente se asentaban en una sociedad de ideologia patriarcal.
No es el significado patriarcal de este misterio de la civilización occidental algo ligado al sexo sino a la generación. Es la maternidad-paternidad como cadena que explica el mundo, como la convocatoria a seguir viviendo en sociedad, la inmortalidad subsidiaria unamuniana.
Las generaciones son conectores de un hilo conductor del pensamiento y del comportamiento, que se conduce y persevera. Aunque en la sociedad contemporánea del biloba ninia, en que no predomina la Fe, con las modernes repúblicas, y la vigència del mundo de la comunicación virtual, parece que lo que ha cambiado desde que un nieto ha pasado a ser abuelo es precisamente el abandono de ese misterio de la paternidad-maternidad como explicación del mundo.